El liberalismo como ideología

¿Sigue vigente?




Quizá sorprenda leerlo, pero el liberalismo es un invento español y no hablo del término liberalismo, que también sino de los principios que fundamentan esta corriente ideológica como son libre albedrío individual y el principio de no agresión, estudiados por los teólogos de la Escuela de Salamanca que defendieron ya en el siglo XVII el orden espontáneo y voluntario criticando el intervencionismo político y estudiando las consecuencias perversas de este.
Ya que el objetivo de este ensayo es indagar en la vigencia del liberalismo, me parecía importante comenzar por el principio. En contra de lo que se pueda intuir estos teólogos liberales, aunque sea anacrónico adjudicarles esa etiqueta, pusieron las bases del liberalismo, no desde la perspectiva económica como lo hará el conocido escocés Adam Smith sino desde una perspectiva jurídica iusnaturalista que ve al hombre creado por Dios libre en la tierra en el marco de las reglas de la naturaleza.
Volviendo a Smith, que además de ser la cara más visible del capitalismo es el creador de la ciencia económica moderna, una ciencia que estudiaba el comportamiento humano para establecer después como se comporta la economía. Es a finales del siglo XVIII cuando sus ideas junto al sustrato filosófico iniciado por los de Salamanca comienzan a causar efectos políticos, siendo la Independencia de los Estados Unidos o la Revolución Francesa los ejemplos clásicos.
Es entrados ya en el siglo XIX, en el contexto de una pujante Revolución industrial, cuando se produce la gran escisión liberal, entre aquellos cuyo principio es el “dejar hacer” y esos otros que ven en el mercado una forma de alcanzar sus objetivos. Es así como se pervierte el liberalismo, poniendo como excusa la imperfección del sistema, la misma que la humana, se justifica la intervención del Estado para conceder privilegios con excusas variopintas como proteger lo nacional o más comúnmente en el siglo XXI proteger a las clases más pobres.
Por si no se habían dado cuenta esta escisión se saldó con la derrota del liberalismo y la degeneración y uso interesado y discrecional de sus principios. La victoria fue para la socialdemocracia, escondida bajo la etiqueta de liberales, moderados, progresistas y los más sinceros sin más rodeos, socialdemócratas. La socialdemocracia es esa ideología imperante en nuestro sistema democrático que juega en el mercado electoral con diferentes colores aplicando medidas mas socialistas o mas liberales dependiendo del momento e intereses. Es ese sistema que en definitiva se sirve del esfuerzo individual para tirar del insaciable Estado que ha pasado de policial a asistencialista hasta llegar al Estado TOTAL en el que vivimos ahora. Es de pública notoriedad la intervención del Estado en todos y cada uno de los aspectos de la vida en sociedad, pero también personal.
La doctora en Ciencias Económica y Empresariales y profesora de Doctrina Económica e Historia Económica en la Universidad CEU-San Pablo, María Blanco titula uno de los capítulos de su libro “Las tribus liberales” como “las medidas liberales de todos los partidos frente al socialismo de todos los partidos” y es que es esto en lo que se ha convertido la política, si bien no es el objeto de este ensayo. Esa frase define en lo que se ha convertido el liberalismo en las democracias actuales. Es por ello que no sería propio hablar de ideología liberal ni en nuestro sistema político, ni en ninguno de los principales partidos que conforman el mercado electoral en nuestro país, el Partido Libertario (P-LIB) es cuestión aparte. Si que es posible hablar de medidas y políticas liberales que las encontramos en la constitución cuando se declaran libertades o en los partidos sin importar los colores cuando amplían la autonomía del individuo reduciendo impuestos o privatizando empresas como hizo Felipe González cuando fuera presidente del gobierno.
Así que si, se podría decir que el liberalismo sigue vigente en las políticas que interesan vender al político de turno, pero no como una ideología mas o menos pura que defienda la soberanía del individuo y la reducción del Estado en todo aquello que sea posible.
Entonces, ¿dónde está el límite del liberalismo con la socialdemocracia?, ya sea de derechas o de izquierdas. La diferencia esta en si su lucha ideológica es en pro de un colectivo mayoritario como es el pueblo o la nación o a favor de la minoría mas minoritaria, aunque suene rara esa conjugación de palabras, el individuo. La diferencia radica en si las políticas van en dirección a una mayor o menor intervención del Estado sobre la vida de las personas, de si se aleja o acerca el centro de la toma de decisiones a Bruselas o al municipio. No se trata de juzgar la pureza de las ideologías, tan promiscuas como son sino saber discernir que políticas son propias del liberalismo y cuales no.
He tratado los orígenes del liberalismo, su perversión ideológica y la vigencia de este en la política, pero quizá donde haya mas confusión sobre lo que es la ideología liberal es en la calle. Esta claro que si salimos a preguntar arbitrariamente a la gente si se considera liberal, la respuesta más previsible será no, pero no un “No” cualquiera sino un “No” con desagrado. Esto se debe a una idea equivocada de lo que es liberalismo, producto de aquello que se ponen la etiqueta esperando obtener rédito electoral, aunque me dirán cual es el rédito cuando solo el 10% según el INE se declaran liberales. El liberalismo se asocia en la calle con oligarquías y establishment, con egoísmo, con insolidaridad, discriminación, privilegios, precariedad y explotación, entre otros muchos apelativos que pintan esta ideología como la mismísima hija del diablo.
Sin ánimo de criticar una y cada una de las ideas que yacen en el imaginario colectivo sobre el liberalismo quería acabar este ensayo, recordando cuales son los principios del liberalismo diferenciando dos planos el político y el personal. Políticamente el liberalismo es dejar hacer, sin coacción, no hay más. Personalmente y como consecuencia de lo anterior, liberalismo es ser responsable de uno mismo, por desgracia sin vigencia.